jueves, 22 de abril de 2021

Quijote II.

Ayer estuvimos viendo que Don Quijote ya había apañado su caballo y sus armas. Y una vez hecho eso, sale por ahí. Y le pasan cosas, muchas cosas. La gente se ríe de él, puesto que está loco. Algunos le siguen la corriente; y otros directamente le muelen a golpes. Veamos una de esas palizas, que le deja muy malherido. Todo empieza porque Don Quijote quiere que unos comerciantes que aparecen por un camino digan que la mujer más hermosa del mundo es una chica que a él le gusta; una muchacha llamada Dulcinea...


 "...habiendo andado como dos millas, descubrió don Quijote un gran grupo de gente, que, como después se supo, eran unos comerciantes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisó don Quijote, cuando se imaginó que aquello era una nueva aventura; y, por imitar lo que había leído en sus libros, se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó el escudo al pecho, y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen (efectivamente: Don Quijote se pensaba que eran caballeros andantes, y no comerciantes); y cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó don Quijote la voz, y con chulería dijo:


Dulcinea del Toboso Junior Miguel Farías Loor - Artelista.com
Dulcinea del Toboso.
Pintura de Miguel Farías Loor.
-Todo el mundo quieto, y que todos confiesen que no hay en el mundo mujer más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

Los comerciantes pararon; y al ver la extraña figura de Don Quijote y las cosas que decía, enseguida le tomaron por loco; mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía, y uno dellos, que era un poco burlón, le dijo:

-Señor caballero, nosotros no conocemos quién es esa buena señora que decís; mostrádnosla: que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.
-La importancia está en que sin verla lo habéis de creer - replicó Don Quijote-. Si no, tendréis que luchar conmigo, gentuza soberbia. Ya sea de uno en uno, como pide la orden de caballería; o todos juntos, como es costumbre entre la gente cobarde como vosotros. Aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo.
-Señor caballero -respondió el comerciante-, le suplico que nos muestre algún retrato de esa señora, aunque sea del tamaño de un grano de trigo; para que quedemos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced (forma antigua de usted) quedará contento y pagado; y aunque en su retrato la tal Dulcinea aparezca tuerta de un ojo y que del otro le salga sangre y azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.

-No le mana, canalla infame -respondió don Quijote, encendido en cólera- Pero ¡vosotros pagaréis el gran insulto que habéis dicho contra mi señora!

Las aventuras de Don Quijote (I) - Acción Cultural Española, AC/E ...
Don Quijote caído del caballo.
Y diciendo esto arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader (comerciante). Cayó Rocinante, y fue rodando Don Quijote una buen tramo por el campo; y queriéndose levantar, jamás pudo, impedido por el peso de las antiguas armas. Y entre tanto que luchaba por levantarse decía:

-No huyáis, gente cobarde; que no es por culpa mía, sino de mi caballo, que estoy aquí tendido.

Texto | Adaptación de "El Quijote" a Lectura Fácil
Paliza a Don Quijote.
Un mozo de mulas que acompañaba a los comerciantes, oyendo decir a Don Quijote tantas arrogancias, se acercó a él. Le quitó la lanza, y comenzó a dar al pobre hidalgo tantos palos, que, aún a pesar de la armadura, le molió como si fuera harina. Pero Don Quijote no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a sus agresores.

Cuando el mozo se cansó le dejó allí tirado. Y los mercaderes siguieron su camino. Viéndose solo, Don Quijote intentó ver si podía levantarse; pero si no había sido capaz de hacerlo antes de la paliza, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho? Y aún así estaba contento, pareciéndole que aquélla era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo.

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