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Tutankamón. |
Después de aquello el tiempo pasó. Imperios surgieron e imperios cayeron. Y la tumba del faraón Tut, tan pequeña y humilde en apariencia, poco a poco cayó en el olvido. No era como otros grandes mausoleos del Valle de los Reyes, visibles a simple vista, y por tanto susceptibles de ser saqueados por los ladrones.
Entrada a la tumba. Foto de 1922. |
4 de noviembre de 1922. Un arqueólogo Inglés, Howard Carter, lleva varios años explorando exahustivamente el Valle de los Reyes. Él sabe que la tumba de Tutankamón aún no ha sido encontrada; y por ello había estado peinando el lugar minuciosamente con la esperanza de hallarla. Aquella mañana uno de los excavadores de Carter andaba investigando una zona elevada, que a priori no parecía adecuada para el emplazamiento de una tumba. Allí, casi por casualidad, este excavador se había topado con lo que parecía un escalón semienterrado. Carter subió, y tras ver el hallazgo tuvo una corazonada. Llamó a más excavadores y comenzaron a retirar tierra. Otro escalón. Y luego otro. Y otro más. Aquello tenía buena pinta...
Sello de la puerta. |
Al final del día, tras mucho excavar, al fondo de la escalinata, encontraron una puerta tapiada, enlucida y con los sellos reales intactos: un chacal con nueve cautivos arrodillados. Fuera quien fuera el que estuviera allí enterrado tenía que ser una personalidad importante; aunque por el pequeño tamaño de la puerta no parecía que se tratara de un miembro de la realeza. Carter hizo un agujero en la pared y comprobó que el corredor, al otro lado, estaba lleno de escombros hasta el techo, lo que indicaba que la sepultura seguía intacta.
A Carter y a los suyos les llevó dos días más limpiar el corredor descendente. Al final del mismo encontraron una segunda puerta tapiada similar a la primera, con los mismos sellos reales. Era el 26 de noviembre de 1922, una fecha que pasaría a los anales de la historia de la arqueología.
Aquel día Howard Carter hizo un pequeño agujero en la esquina superior izquierda de dicha puerta y metió una barra de hierro. Al otro lado no había nada. Ensanchó el agujero, introdujo una vela y se asomó. Todos los que estaban tras de él contuvieron la respiración. Carter lo contaría así después:
«Al principio no pude ver nada, ya que el aire caliente que salía de la cámara hacía titilar la llama de la vela, pero luego, mis ojos se acostumbraron a la luz, los detalles del interior de la habitación emergieron lentamente de las tinieblas: animales extraños, estatuas y oro, por todas partes el brillo del oro. Por un momento, que debió de parecer eterno a los otros que estaban esperando, quedé aturdido por la sorpresa, y cuando mi amigo Carnarvon, incapaz de soportar la incertidumbre por más tiempo, preguntó ansiosamente “¿Puede ver algo?”, todo lo que pude hacer fue decir: “Sí, cosas maravillosas”».
Tras derribar la puerta tapiada pudieron observar que los maravillosos objetos entrevistos por Carter se amontonaban por todas partes, llenando la habitación. Carros de oro desmontados, enormes lechos con cabezas de animales, cajas y arcas, vasijas de mil formas… Aquello parecía cobrar importancia. No cabía duda de que ante sí tenían un tesoro faraónico. Al examinar los objetos pudieron ver que muchos de ellos tenían grabado el cartucho que aparece a la derecha de estas líneas: el emblema de Tutankamón. Ya no había duda. Aquella era la tumba perdida del joven Tut.Pronto descubrieron que al fondo de aquella sala había otra puerta tapiada y sellada, también con un chacal acompañado de nueve cautivos arrodillados, y flanqueada por dos estatuas de tamaño natural. Sin duda, allí descansaba la momia del el faraón.
La cámara se abre.
Tras muchos trabajos (clasificación de piezas, conservación, excavación...) el 17 de febrero por fin pudieron acceder a la cámara real mortuoria. Carter fue retirando las piedras de la pared. Le recibió, como mirándole desde las sombras del más allá, una escultura del dios chacal, Anubis, tumbado sobre un podio y cubierto por un paño. Tal y como la habían dejado los sacerdotes hacía 3300 años.Tras él se veía una especie de capilla dorada que guardaba las vísceras del rey en los vasos canopes (hígado, corazón, etc). A su alrededor, un enorme número de arcas y maquetas de barcos llenaban el espacio.
Para alcanzar el sarcófago de piedra del rey hubo que desmontar las cuatro capillas de madera dorada que lo rodeaban. Dentro del sarcófago aún quedaban otros tres ataúdes, dos de madera y otro de oro macizo, que contenía la momia del rey. La cantidad de riquezas era inmensa: bastones, armas, estatuas de oro, joyas... Un tesoro que a día de hoy está valorado en más de mil millones de euros.
La momia de Tutankamón.
Poco a poco el momento más importante y solemne se acercaba: llegaba la hora de encontrarse cara a cara con Tutankamón. 3300 años después de su muerte el último sarcófago, el de oro, sería abierto; y la momia volvería a ver la luz. Y así fue. el 16 de febrero de 1923 Carter vio a Tut. Una máscara de oro le cubría la cara y el pecho. Luego de hacer el descubrimiento Howard Carter abandonó la cámara funeraria para comunicar el hallazgo a las autoridades. Ahora era el turno del Doctor Derry, experto en momias de la excavación. Y Derry se encontró con un buen marrón...
Apertura del sarcófago. Howard Carter y uno de sus excavadores de confianza. |
Máscara mortuoria de Tutankamón. |
Momia de Tutankamón. |
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